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EL FIN DE LA PESADILLA

EL FIN DE LA PESADILLA

Lo primero, como aconsejaba Philip K. Dick, es encontrar un lugar estable en el no-lugar de los lugares estables. “Conseguirse un mundo que no exista. Ése es el primer paso”. Da igual que el cielo se nuble con objetos volantes no identificados procedentes, en su mayoría, de la conquista del espacio, o que un hombretón de piedra, en el caserío de los sueños, disponga sus guantes teledirigidos ante el primer combate de su vida. Si los especialistas conciben una nueva lengua (estamos en 1968), o si la serie televisiva Los Invasores te mantiene entretenido, resulta del todo intrascendente. Éstas son las cosas que hacen los hombres –piensas- porque éstas son las cosas que hacen los hombres; éstas son las cosas que pasan y a nadie parece importarle nada. La misma experiencia que vives en tu pequeño territorio es la experiencia que viven los habitantes de los territorios cercanos, y las afrentas o humillaciones sufridas (incluso las censuras, delitos o amputaciones) son también las que sufren o han sufrido los habitantes de los territorios cercanos. Pero tú decides verlo todo de una manera especial, más sutil, with a little help from my friends, sí, desde un prisma desconocido; con la ayuda de una maquinaria melancólica personalizada y de una vieja cámara oscura. Y sobre todo: decides enfrentarte a ello de otra manera y con otras (y más terribles) herramientas. Cuando quieres darte cuenta, cuando quieres asimilar tan siquiera una pequeña parte de todo lo sucedido, un muerto yace al borde de la carretera y tú mismo (es sólo cuestión de horas) estás también muerto. Entonces corres hacia atrás y hacia adelante en la historia, hacia un lado y otro de tu pequeño país, pero ya no hay salida. Mario, que también lo vivió en primera persona, con la cámara aún caliente, captó quizá la imagen exacta de aquel inexplorado infierno:

“He comprobado –escribió entonces Onaindía, que es imposible vivir con la idea de nuestra muerte siempre presente. Por eso nos inventamos un truco que debe ser bastante frecuente entre la gente que por su oficio la ve pasar casi todos los días a su lado, que consiste en pensar que ha habido un momento en que ya te han matado y, por tanto, el resto de tus días los estás viviendo gratis, como de propina”.

Me hubiera gustado que eligieras otra jugada en el tablero, pero ya no hay remedio. Otro día, si quieres, te hablaré de más muertos y de nuestra responsabilidad al otro lado de la frontera imaginaria. El fin de la pesadilla se acerca –nos dicen- y habrá que elegir entre la amnesia o la memoria. Sí, ya sabes, no resulta fácil abandonar las pesadillas; no resulta fácil abandonar un mundo que no existía entonces y que ahora, sorprendentemente, tampoco existe.

3 comentarios

Magda -

Es la primera parte del poema del colombiano José Manuel Marroquín titulado \"La serenata\" (y que después parafrasea García Márquez en su Vivir para contarla), Enrique. Es un bello poema, es verdad, lo sentí pertinente para estos momentos que señalas en tu excelente texto.

Un abrazo para ti.

Enrique -

Quizás lo que se proponga, Magda, es un punto intermedio entre la amnesia y la memoria, una solución eficazmente pragmática; ya veremos en qué queda todo. De momento, resulta imposible no hacerse determinadas preguntas o, como en mi caso, dibujar cuadros imaginarios de lo que bien pudo ser, de lo que a veces parece ser e, incluso, de lo que no será (de ningún modo) en el futuro.

Hermoso poema, Magda. Un saludo.

Magda -

Querido Enrique, qué dificil me parece elegir entre la amnesia o la memoria, no sabría qué decidir. Quizá todo esté en lo que se está dispuesto a superar y de esta forma intentar mirar solo hacia adelante. Pienso que siempre hay que dar una oportunidad a la paz...

Ahora que los ladros perran,
ahora que los cantos gallan,
ahora que albando la toca
las altas suenas campanan;
y que los rebuznos burran,
y que los gorjeos pájaran
y que los silbos serenan
y que los gruños marranan
y que la aurorada rosa
los extensos doros campa,
perlando líquidas viertas
cual yo lágrimo derramas
y friando de tirito
si bien el abrasa almada,
vengo a suspirar mis lanzos
ventano de tus debajas.